Mitos y Leyendas
La caída de Suria
Las Guerras de Magia
La Incursión Femoriana
La Alianza Negra
Las Armas Feéricas
 
La aparición de los Magos

En la antigüedad tan sólo una raza de humanos, los mortales de Suria, habitaron la tierra de los Dos Continentes. No fue hasta que los elfos dieron su amistad a los humanos, y después su amor, cuando los magos aparecieron en el mundo. Pocos fueron los elfos que se unieron a los humanos, aún en la antigüedad, pues era difícil que los feéricos, hermosos, mágicos, maravillosos, pudieran sentirse atraídos por una especie de valía menor. Pero los elfos, al menos en la primavera del mundo cuando pocas manchas oscurecían la paz, no entendían de aquellas diferencias de raza. Los primeros en unirse a los humanos fueron los Elfos del Agua y los de Boreanas, pero fue cuando los humanos cruzaron al Continente Norte cuando las uniones mixtas se extendieron, poco frecuentes pero presentes en todo territorio donde hubiera elfos.

Los Altos humanos fueron el resultado de aquellas uniones mixtas entre elfos y humanos. Conservaban la apariencia y la mortalidad de sus padres humanos, pero habían adquirido de sus progenitores elfos la capacidad de usar la magia a su voluntad. No estaban hechos de ella, pero podían palparla y manejarla si los elfos les enseñaban las palabras apropiadas. Los hijos de los Altos humanos eran Altos humanos a su vez, y aunque los descendientes directos de los elfos no fueron numerosos, sus propios descendientes acabaron por formar una raza propia. Eran los magos una raza hermosa entre los humanos, más altos y más pálidos que ellos, y también algo más longevos. Y si pocas cosas más los diferenciaba de la Baja raza, tanto unos como otros les otorgaron un estatus de más alto nivel. Y aunque los magos compartían con los elfos algunas de sus virtudes, no tenían ni su generosidad, ni su compasión ni su responsabilidad por el poder que se les había otorgado.

Al principio los elfos aceptaron a los Altos humanos entre ellos, y les aportaron algunos de sus conocimientos. Alejándose de las rencillas de Suria muchos magos y también Bajos humanos se trasladaron al Norte con la segunda oleada humana, pues todos habían oído hablar de la abundancia de elfos del Continente virgen, y deseaban conocerlos. Incluso al Sur habían llegado los ecos de la sabiduría y el poder de los Elfos de la Noche, y fueron muchos magos los que se aventuraron a través del continente para alcanzarlos en su frío Norte.

Tampoco los Elfos de Siarta despreciaron a los magos al principio, pues reconocían el valor de aquellos que se habían atrevido a subir hasta el Norte a buscarlos, e incluso les permitieron instalarse en Nórdica, aunque siempre y previsoramente, los obligaron a mantener una distancia con ellos. Muy pocos Elfos de la Noche se unieron a un humano alguna vez, y sólo River quedaría en la posteridad para demostrar que alguna vez un elfo siartano se enamoró de un humano.

Y así pasaron las décadas, incluso las centurias, en que los Altos humanos fueron ganando en conocimiento, pero también en arrogancia y ambición. Pues aunque deseaban asemejarse cuanto fuera posible a los elfos, y ganarse su respeto, la imposibilidad de alcanzar la perfección y el poder de los feéricos los fue envenenando por dentro.

Entonces la guerra en Suria se recrudeció, los Nigromantes se mostraron en toda su malicia para ayudar a Maelvania a arrasar los reinos de Suria y los elfos, horrorizados, se apartaron de los humanos a los que incautamente habían enseñado a controlar el poder de la magia. Aquello creó entre ellos una cisma que, si bien se relata con detalle en Las Guerras de Magia, tuvo un resultado que repercutió a través de los tiempos como un eco inacabable… hasta que estalló la guerra.

(Para saber más sobre los Altos humanos y sus relaciones con los elfos, consultad Las Guerras de Magia).

 


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