Mitos y Leyendas
La caída de Suria
Las Guerras de Magia
La Incursión Femoriana
La Alianza Negra
Las Armas Feéricas
 
Las Guerras Sangrientas

Sucedió 2.500 años antes de la última Profecía, que los primeros exiliados del Continente Sur huyeron hacia el Norte buscando asilo. Fueron estos primeros expulsados de los Reinos Humanos las Amazonas, que con la ayuda de los Elfos del Agua pudieron llegar al Continente Norte y su tranquila seguridad. Huían del sometimientos, del incremento desmedido de la presión masculina, del salvajismo de unos hombres que no querían oír hablar de mujeres que se negaran a la obediencia ciega y la compra-venta matrimonial. Y hallaron su hogar en el Norte impoluto. Todos los feéricos las recibieron con generosidad, aunque ellas siempre prefirieron a los Elfos del Agua, con quienes se unieron a menudo hasta desarrollar una magia innata, distintiva, que las convirtió en un pueblo especial dentro de la raza humana. Se transformaron desde entonces en mujeres con una sensualidad especial, un hondo sentido de la naturaleza y una descendencia únicamente femenina, que las convirtió en un pueblo fuerte que consideraba enemigo a todo el sexo masculino, a excepción de los Elfos.

Esta venida sin embargo no fue del gusto de los enanos, el Pueblo Viejo, que sintieron celos de la amistad que habían hecho las Amazonas con los feéricos. Vieron también una amenaza en ellas y en todos los humanos que pudieran llegar del Sur, y el futuro demostraría que no iba a ser errada esta suspicacia pero no supieron afrontarla, y de su tremendo efecto se hablará en otro lugar.

Fue entonces, al llegar las Amazonas y establecerse en la orilla del Largo Mar, cuando los Enanos empezaron a abandonar las Fortalezas de Piedra, aisladas y remotas en el oeste del Continente, para acercarse subrepticiamente al sur. Se establecieron por encima de las Amazonas, en las zonas montañosas de Riskaben y en los bosques densos de Centria, y vigilaron y rezongaron, y empezaron a mostrarse bruscos y agresivos con los Elfos a los que tanto tiempo atrás habían adorado. Los feéricos, innatamente generosos y benevolentes, no entendieron este distanciamiento y dejaron a los Enanos hacer su voluntad, pero volvieron a fijarse en ellos, con indignación e ira, cuando los enanos tomaron las armas para expulsar a las humanas de un Continente que consideraban suyo.
Pocas Amazonas llegaron a saber que habían sido amenazadas, porque los Elfos se interpusieron en el camino de sus agresores. Nada indignó tanto a los feéricos como la destrucción que habían producido los Enanos en su levantamiento armado, y su impulso natural por proteger la tierra los llevó a enfrentarse a ellos. Porque los enanos fortificaron sus campamentos de Riskaben y Enadar con rocas de montañas que antaño habían sido inmaculadas, desviaron ríos, drenaron lagunas, y talaron multitud de árboles para hacer armas, vallados y descampados desde los que otear a los posibles enemigos.

Sangrientos fueron los enfrentamientos entre Enanos y Elfos, feroces las batallas, pues los enanos habían urdido durante largo tiempo aquel enfrentamiento y supieron enfrentarse a tan poderoso enemigo. Habían estudiado largamente a los oponentes que antes habían sido sus generosos amigos. Los enanos eran de baja estatura, miembros cortos y completamente ajenos a la magia, pero también eran muy resistentes a ella. Aunque no eran rápidos como los elfos eran fuertes, y aunque habían proporcionado a sus antiguos aliados armas poderosas revestidas de magia, sabían como neutralizarlas. Y sabían aprovecharse de la natural bondad de los Elfos que aun furiosos, limitados por su sentido de la clemencia, no podían enfrentarse con toda la peligrosidad de su naturaleza a los enanos, que los habían acogido con amistad.

Larga fue su guerra y aún más larga su enemistad, aunque los acontecimientos del mundo pronto los harían olvidar por un tiempo sus rencillas ante un enemigo común...

(Para conocer el final de este relato deberás conocer la leyenda del Éxodo Humano).

 


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