Mitos y Leyendas
La caída de Suria
Las Guerras de Magia
La Incursión Femoriana
La Alianza Negra
Las Armas Feéricas
 
El Éxodo Humano

Largas fueron las Guerras Sangrientas y mucho contribuyeron a menguar las poblaciones de los feéricos, especialmente de los Elfos del Agua y los de las Tierras Bajas, lo que posteriormente se conocería como Centria. Sólo los Elfos de Boreanas por su lejanía, y los de Siarta, porque su amistad con los enanos había sido más íntima, se mantuvieron ajenos a esta lucha, apenados y angustiados porque nuevamente la tierra se teñía de sangre feérica. Muchos grandes elfos se perdieron entonces, bajo las armas de los Enanos o los colmillos de los Vampiros, que tenían más facilidad que nunca para caer sobre sus presas desprevenidas; tal fue el destino de Dayane de Greisan.

Pero sucedió que en aquellos mismos tiempos, cuando la guerra campaba a sus anchas tanto en el Continente Norte como en el Sur, que muchos ojos humanos empezaron a mirar al Norte con anhelo o codicia. 500 años después de que las Amazonas pisaran el Continente Norte, otros humanos empezaron a aventurarse hacia las tierras desconocidas de allende el mar.

La primera oleada de humanos llegó a través del Estrecho del Abismo, y eran originarios estos mortales de los incipientes reinos de Maelvania, cuyos principios estaban lejos del respeto y el honor que habían defendido hasta ese momento los dignos reinos de Suria. Ávidos de tierras, sustento y tesoros, los maelvanienses esperaron a que las Fortalezas de Piedra de los enanos estuvieran ciegas, para hacer largas expediciones al Noroeste donde cazaban, capturaban y mataban a cuanto ser feérico o no feérico consideraban valioso. Estos humanos no tardaron en llegar hasta las mismas Fortalezas, donde perpetraron una matanza con los pocos enanos, en su mayoría mujeres y niños, que quedaban en el antiguo hogar de la vieja raza. Fue una gran pérdida para el Pueblo Viejo.
Gran horror provocaron estos hechos entre los enanos, pero también entre los elfos y las Amazonas, que se sumaron a la defensa del oeste contra las devastadoras huestes humanas que subían sin cesar, hasta que consiguieron hacerlos retroceder y convencieron a los Femorianos, los gigantes mortales, de que se instalaran en el Estrecho del Abismo para disuadir a los maelvanienses de nuevas incursiones. Honda fue la pena y la vergüenza de los enanos, que por expulsar a las apacibles Amazonas habían perdido a muchos de los suyos por no protegerlos del verdadero enemigo.

Fue entonces, vencida ya aquella pequeña guerra, cuando pidieron disculpas a los Inmortales y las valientes humanas. Abandonaron para siempre las Fortalezas donde habían sucedido tan grandes desgracias y formaron nuevos hogares en Riskaben y Enadar, con la ayuda de los voluntariosos Inmortales que no dudaron en devolverles su amistad.

Escucharon entonces los enanos con una nueva generosidad a los Elfos del Aire, que llegaron del Continente Sur para denunciar la grave situación en que se encontraban muchos humanos, que con el avance del desierto y los reinos bárbaros se morían de hambre o eran sometidos a la esclavitud. Pero los enanos siempre temieron igualmente la arribada de los bulliciosos humanos, y no se equivocaban en mostrar aquella angustia por los tiempos que estaban por llegar.

Muchos exiliados de los antiguos reinos de Suria fueron acogidos en el Continente Norte. Primero fueron los Altos humanos, que buscaban acercarse más a los elfos, pero después los siguieron también el resto de los humanos. Con su laboriosidad y su necesidad de abundantes tierras y alimentos, fueron extendiéndose como hormigas en un jardín. Poco deseosos de luchar contra tan sufrida especie, tímidos y temerosos, los elfos fueron retirándose más y más hacia sus propios hogares a la vez que los mortales avanzaban para poder dar sustento a sus cada vez más numerosas poblaciones. Muchas centurias tardaron los feéricos en darse cuenta de que el peligro que habían leído los Elfos de la Noche en las estrellas, estaba llegando precisamente por su generosidad. Pero para entonces y cuando quisieron actuar en consecuencia, era ya demasiado tarde…

 


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